jueves, 31 de marzo de 2022

70#. Las creencias esenciales que el trauma psicológico quiebra

Desde nuestro nacimiento y durante nuestro desarrollo, los seres humanos vamos desarrollando una serie de creencias esenciales que nos permiten afrontar la realidad. Una serie de asunciones, que no tienen por que ser verdaderas obligatoriamente, pero en las que necesitamos creer para poder vivir, puesto que nos aportan una imprescindible sensación de seguridad, orden y control sobre nuestra existencia.

 


Estos presupuestos, que giran en torno a los otros seres humanos, acerca del mundo y sobre nosotros mismos, son coherentes y estables en el tiempo... hasta que un suceso estresante los desafía. Esto significa que un hecho traumático puede alterar tal representación mental, incluso quebrar las presunciones que tenemos acerca de nuestra invulnerabilidad, o de la congruencia del mundo; de su benevolencia y justicia.

Lo central del trauma psicológico o herida emocional, entendido como daño psíquico duradero provocado por un agente externo en que se pone en riesgo la integridad física (la vida), es el impacto emocional que el suceso tiene en la persona. Además de los síntomas clínicos que emergen cuando alguien sufre un trastorno por estrés (agudo o postraumático), me parecen particularmente destructivos los efectos que tienen sobre las mencionadas creencias, puesto que corroen los cimientos de nuestra personalidad. De nuestra personalidad, y por extensión, de nuestra estabilidad emocional. 

 


Las premisas a las que me estoy refiriendo son, entre otras:

-La creencia en la invulnerabilidad personal (”A mí nunca me va a ocurrir una cosa así, esto le pasa a los otros”).

-La creencia de que vivimos en un mundo ordenado y predecible, donde los hechos son controlables (“¿Cómo es posible que ocurran estas cosas?” “Esto es absurdo, no tiene sentido, es una pesadilla que seguro que va a pasar”)

-La creencia de que la vida tiene un significado o un fin determinado.

-La creencia de que uno es una persona fuerte y válida (“nunca creí que podría a reaccionar así”, “ya no me veo como antes”).

La más incapacitante de ellas me parece la destrucción de la creencia básica en la bondad del ser humano. La experiencia de una guerra, y todo lo que ella conlleva, puede mermar seriamente nuestra confianza en nuestros iguales. Es algo más que la pérdida de fe en el ser humano, algo más que una misantropía ingenua (de la que igual ni si quiera hemos analizado su causa), por que el sentimiento de vulnerabilidad absoluta que emerge, la rotura del principio incuestionable (hasta ese momento) de relación ayuda entre seres humanos, deja al individuo abandonado a su suerte.

Su trascendencia es tan cáustica por que el presupuesto que corroe, como el ácido que cae sobre el plástico, es aquel sobre el que construimos nuestros vínculos afectivos, que es la base de nuestra estructura emocional, y por ende, de nuestra vida; de la forma en que hasta ese momento experimentábamos y entendíamos la vida. 

 


 

Y puede ser devastadora en la medida en que invalide nuestra necesidad de afiliación, que no es otra que la necesidad de pertenencia, factor clave en la construcción de nuestra identidad. En casos extremos que datan de las Segunda Guerra Mundial, la persona traumatizada reniega de su especie; no quiere pertenecer a la especie humana si otro ser humano es capaz de hacer algo tan atroz. De esta manera tan sibilina como demoledora, el sujeto se siente excluido de su grupo natural, queda sin referente,y por tanto, sin los cimientos sólidos que le permitan asentar el edificio de su personalidad.

La persona que sufre un trauma psicológico tan profundo tiene un arduo trabajo de reconstrucción personal por delante. Los estudios al respecto (Janoff-Bulman, en particular) muestran que los damnificados tienen una visión menos benevolente del mundo y confían menos en los demás, tienen una imagen de sí mismos menos positiva y creen menos que el mundo tiene sentido y propósito.

Muchas de las víctimas del atroz ataque del ejército ruso a Ucrania tendrán que lidiar con esto. Tendrán que reeleaborar su sistema de creencias de forma que puedan integrar todo lo vivido en su memoria. Afortunadamente, el impacto en las creencias no ser rige por la ley del todo o nada (es gradual), ni afecta a todo el conjunto en bloque (algunos axiomas resultaran afectados y otros no), además de que las investigaciones arrojan que, en un entorno seguro y con el paso de los años, se reconstruyen las creencias básicas; en particular sobre la benevolencia y sentido del mundo, aunque la creencia sobre la justicia del mundo no. El individuo sigue creyendo que el mundo en general es injusto, algo contra lo que no tengo argumento alguno que aportar. 

 


"Cada vez que un superviviente se siente fortalecido, con capacidad de control y de manejo sobre las dificultades de su vida; cada vez que puede reírse y puede disfrutar de algo abiertamente; cada vez que se preocupa o cuida a otro ser humano; cada vez que encuentra una voz para expresarse; hay una cierta sensación de victoria y de avance sobre el impacto de lo traumático" (Perez-Sales, 2007).

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