Pepe era un tipo de apariencia impresionante, asentada en una corpulencia que se acercaba a los dos metros de altura y una característica perilla de califa retirado, aunque estaba lejos de la edad de jubilación. No puedo hablar de amistad por que apenas coincidíamos, y el poco trato que tuvimos fue ocasional. Lo más llamativo de nuestra relación es que siempre que nos cruzábamos por la calle nos sonreíamos, a pesar de no ser persona que buscara (ni necesitara) la aprobación social. De hecho, su naturaleza apacible se podía tornar desbordante en momentos de vehemencia; en mi opinión, ese carácter no emborronaba su persona. Nos saludábamos como harán ustedes con vecinos y conocidos, con un simple movimiento de cabeza acompañado de una sonrisa franca, que en nuestro caso tenía el efecto de levantar una suave brisa de cercanía; un destello de connivencia. Si me permiten que me ponga intenso, un signo de complicidad. Siempre se ha dicho que las simpatías son recíprocas (las antipatías, también) y si no se cimentó una amistad entre nosotros fue por motivos tan circunstanciales como que las circunferencias de nuestras vida no interseccionaban.
Pepe se fue sin avisar; sin que supiera la enfermedad que soportaba desde hacía 3 años. No tuve la oportunidad de despedirlo.
Lali no era amiga, pero sí tenía amistad con amigos comunes. Perteneció al grupo local de teatro, donde mostraba como sus cualidades dramáticas brotaban con la misma facilidad que el agua de una fuente. Tuve trato con ella circunstancialmente, alguna noche, y siempre me pareció que Lali enriquecía las conversaciones en que participaba. No se dejen engañar por el diminutivo: era una persona extraordinaria, una persona abierta a la vida, confabulada con ella. Y conste que uso el nombre de persona adrede, tal y como la define el diccionario en su cuarta acepción: hombre o mujer prudente y cabal. Una buena persona que ejercía de ser humano, que mostraba esa humanidad sin cicatería, encantada de compartirla. Tal y como era ella.
También se marchó. También sin avisar. Sin que supiera siquiera que fue hospitalizada en lo peor de la pandemia. Soportó la enfermedad con dignidad, con la mayor entereza posible, aunque supongo que maldeciría, con aquel ademán tan seco y tan suyo, aquel gol traicionero que le marcaron cuando todavía le quedaba tanto partido por jugar.
Se fue sin estridencias, sin molestar, sin hacer ruido, cómo hacen las personas bien educadas, como hacen las personas consideradas. Se fue sin que pudiera decirle cuanto apreciaba lo extraordinaria que era.
Era ese tipo de personas que son modelo de conducta, que deberían estar esponsorizadas por los gobiernos para que aumentaran su presencia pública, para que promocionaran esas cualidades humanas que tanto necesitamos en estos tiempos: actitudes sanas y conciliadoras, capacidad de sufrimiento (y sobre todo, de disfrute), implicación en actividades de la comunidad, interés por comunicarse con otras personas, por compartir con ellas, por preocuparse de ellas... Es todo un despropósito que la vida no defienda con más vehemencia a los mejores valedores que tiene. Como si decidiera sentar en el banquillo al delantero centro con más talento del equipo.Una injusticia que la vida no le diera una prórroga que, en mi opinión, se había ganado a pulso.
Jose María es un espíritu humanista recorvertido por el derecho administrativo. Una persona que ha dedicado su vida productiva a su comunidad como secretario de ayuntamiento. Siempre he pensado que el ambiente de una institución (administración pública en este caso) no es casual, sino que se imprime. Estoy seguro de que él tiene gran parte de responsabilidad en que la atmósfera de su ayuntamiento sea distendido, cordial y centrado en el servicio de la ciudadanía. El único trato que tengo con él sucede puntualmente, cuando hay algún problema con cualquier factura registrada. En estos casos, me cita en su despacho y con el talante bientencionado y pedagógico del mejor abuelo del mundo, me señala el error y enseña a rectificarlo.
Hay algo más que nos aportan los lados sociales débiles. Aparte de distracción y entretenimiento, además de abrir nuevos horizontes y airear nuestras expectativas, los lazos débiles pueden ser modelos de conducta. Por redicho que suene, esos lazos son personas que encarnan virtudes o fortalezas que admiramos, y que al verlas encarnadas en vivo nos devuelven la confianza en el día a día, en la vida, en el ser humano.
Jose María no se ha ido. La semana próxima asistiré a la cena en su honor por su jubilación.
Probablemente no tenga ni idea de por qué asisto a su homenaje, pero estaré pendiente nada más que de encontrar un momento para conversar un ratito con él.
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