Atiendan a esta paradoja. Mientras que los centros educativos de medio mundo se afanan por introducir en las aulas tablets, ordenadores, pizarras interactivas y demás recursos supertecnológicos, en Silicon Valley, cuna de la tecnología, abundan los centros en donde están prohibidos ordenadores, tablets, teléfonos móviles, etc., y en donde las niñeras tiene prohibido por contrato usar los smartphones. En concreto, el elitista (y por supuesto, privado) colegio donde se educan los hijos de directivos de Apple, Google y otros gigantes tecnológicos no entra una pantalla hasta que llegan a secundaria.
¿Qué
pensarían ustedes de un productor que no usa ni consume el producto
que intenta venderles? Ciertamente, es algo más que sospechoso.
No muy lejos de la soleada California ya han reaccionado. La escuela pública de Seattle, que engloba a mas 50.000 estudiantes, ha presentado una demanda judicial contras las principales empresas de redes sociales (Facebook, Meta, Snapchat, TikTok, YouTube y otras más) por crear aplicaciones que explotan los cerebros frágiles de niños y jóvenes, al tratar de maximizar el tiempo que los usuarios usan sus plataformas para incrementar sus ganancias, contribuyendo así a la incipiente “crisis de salud mental juvenil”.
En la demanda se argumenta que el exponencial crecimiento de las plataformas de redes sociales es consecuencia del diseño de las mismas, que “explotan la psicología y neurofisiología de sus usuarios”. Las corporaciones acusadas se aprovechan de la vulnerabilidad del cerebro de los jóvenes, enganchando a decenas de millones de estudiantes en todo el país en bucles de retroalimentación positiva de uso y abuso excesivos.
De hecho, ya les hablé en este post (la artimaña para manipular nuestra atención ) de como un tal BJ Fogg se vanagloria de crear adictos a las aplicaciones. Acuñó el palabro captología para describir a la metodología que logra captar y absorber nuestra atención. Desde hace años, sin pudor ni vergüenza alguna, enseña a los emprendedores de Silicon Valley a cómo hacer más adictivas sus aplicaciones, y a juzgar por los hechos, está siendo absolutamente eficiente en su labor.
Lo que está en juego no es solo la salud mental de los usuarios, como denuncian en Seattle, sino que, por extensión, estamos hablando de hacer inoperantes a toda una generación. Estamos hablando de que la promoción de seres humanos que debe sucedernos se dedica mayoritariamente a dispersarse, a entretenerse, a pasar el tiempo descuidadamente. Y como dicen en mi pueblo, "camarón que se duerme, se lo lleva la corriente".
Entiendo que la inmediatez y poder adictivo de redes sociales y videojuegos secuestra la atención de nuestros hijos/as, que instalados en la sociedad del bienestar y carentes de herramientas fiables para decidir su futuro, despilfarran su tiempo en entretenerse, no en prepararse para afrontar los retos de su futuro. Una generación carente de metas o fines significativos en su vida, a los que poder dedicar sus esfuerzos, es una generación perdida.
Si la sociedad occidental está en recesión (comparada con otras orientales), esta va a ser la puntilla que nos hará decadentes en unos años. Por que otras sociedades están implementando medidas para evitar este proceso de demolición cultural que no tiene precedentes en la historia humana.
China ya se dio cuenta de esto y hace unos años decidió que no iba a desperdiciar a sus mejores cerebros permitiendo que se convirtieran en frikis de los videojuegos, de las redes sociales o las apps de internet, y tomado medidas para atajar el poder corruptor del uso de incontrolado de internet. Para eliminar la adicción a las redes sociales y controlar el contenido al que tienen acceso los infantes y jóvenes chinos, ha prohibido que los menores dediquen más de tres horas semanales a los videojuegos, exigiendo que los proveedores ofrezcan contenidos muy filtrados para sus menores y limitando más el tiempo frente a las pantallas. Califica a internet como “opio espiritual” que provoca un efecto nocivo entre aquellos que serán la fuerza motriz de la sociedad en un futuro no muy lejano.
Si
le pones una pantalla a un niño pequeño limitas sus habilidades
motoras, su tendencia a expandirse, su capacidad de concentración,
su creatividad. Si los contenidos de esa pantalla lo hacen adicto,
aparecerán los síntomas de toda adicción, que incluyen los
aludidos problemas de salud mental.
Todo apunta a este resultado, aunque a ciencia cierta, solo tendremos las respuestas en un par de décadas, cuando los niños actuales sean adultos. La cuestión, entonces, es: ¿Queremos asumir semejante riesgo?
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